Diseño Sustentable, Diseño Sostenible, Eco-friendly, Ecodiseño o Green Design. Sin embargo, resulta interesante explorar en mayor profundidad sus significados. Acto imprescindible de todo profesional si pretende obtener un mayor entendimiento del mundo donde se desempeña
Por su parte, las empresas cada vez más se jactan de que sus productos son amigables con el medio ambiente, y los gobiernos nos informan que tienen programas de Basura Cero, Reducción de Emisiones y demás acciones que lograrán el tan ponderado Cuidado del Medio Ambiente.
Asimismo, si el profesional del diseño o el estudiante desean profundizar con dicha temática, podrán rápidamente encontrar libros, artículos y sitios web que promocionan hasta el infinito los beneficios de las respectivas metodologías, logrando así un producto respetuoso del medio ambiente y por si fuera poco, con mayor eficiencia que sus competidores.
Desde las técnicas más duras, como el Análisis de Ciclo de Vida del Producto o el Design for Enviroment (DFE), hasta los últimos libros de interés general como el muy mencionado De la Cuna a la Cuna, evidentemente hay mucha bibliografía al respecto.
También vemos profesionales independientes que diseñan los llamados productos eco-friendly, muchas veces invitados a exponer sus creaciones frente a un auditorio ávido de escuchar los supuestos beneficios de estos: reducción de consumo de tal material, o tal vez re-uso de algún elemento que caso contrario terminaría engrosando las bolsas de basura.
Con semejante caudal de información sería de esperar que la gran mayoría de la sociedad y de los profesionales que deben actuar sobre ella, estén muy bien informados del tema, y puedan a su vez tomar decisiones sobre sus actos de manera de crear un círculo virtuoso, donde el Hombre viva cada vez mejor a la vez que mejora su medio ambiente. Aunque pareciera ser así, veremos que no lo es.
Se tratará pues, en este artículo, no tanto de informar del elevado número de técnicas para incorporar la problemática ambiental en el diseño, sino más bien de mirar desde un lado macro y más crítico cómo funciona este sistema socio-económico y si la tan pretendida Sostenibilidad es posible o se trata de un oximorón.
Como primer paso, es importante remitirse a la definición del término Desarrollo Sostenible, puesto que desde un punto de vista semántico, el sistema socio económico se ha apropiado de conceptos tales como verde, sustentable, sostenible, etc., hasta vaciarlos de contenido. Todo ahora es verde o sustentable o ecológico, aunque la misma definición agrupe productos y servicios de lo más diversos en relación a su transformación del ambiente. Es que estos conceptos se han convertido en una mercadería más, y al igual que el resto, deben explotarse al máximo para aumentar el beneficio económico.
Por lo tanto, nos remitiremos al origen del término, que fue fruto de los trabajos de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas. Allí se puede leer la siguiente definición: “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”. (ONU, 1987)
Por supuesto que esta definición, que en una primera lectura parece sencilla de comprender, y en la cual seguramente todos estaremos de acuerdo. Si se analiza con un poco de profundidad se podrá ver que entraña varios aspectos de difícil resolución. O dicho de otra manera, en la generalización del concepto, se pierden los detalles del acto.
Aquí se hace necesario explicar dentro de esta definición la diferencia entre Desarrollo Sustentable y Desarrollo Sostenible. La primera es el proceso por el cual se preservan, conservan y protegen solo los Recursos Naturales para el beneficio de las generaciones presentes y futuras sin tomar en cuenta otras necesidades. El segundo, con una visión más abarcativa del desarrollo humano, comprende también necesidades sociales, políticas y culturales, sin poner en riesgo la satisfacción de las mismas a las generaciones futuras. Según esta definición, Sostenible significa un balance entre todas esas necesidades.
Lo primero que salta a la vista es que esta Declaración de Principios, que suena muy bonita, no explica muy bien qué priorizar ni cómo hacerlo. Es cierto que como declaración general sirve, pero también lo es que sin una hoja de ruta no es más que eso. Y de buenas declaraciones el mundo está repleto.
Por ejemplo, un país poco desarrollado con recursos energéticos fósiles estaría en la disyuntiva de extraerlos a una tasa alta para proveer bienestar a sus habitantes, pero a sabiendas que puede estar perjudicando a las futuras generaciones debido a la contaminación. A contramano, si opta por no desarrollarlos o desarrollarlos a una tasa baja, de manera de preservar una parte para las futuras generaciones, toma el riesgo de que en el futuro, debido a avances tecnológicos, ese recurso deje de ser útil, habiendo perdido una oportunidad histórica de desarrollar al país.
Otro punto crucial, que también se pasa por alto, es el grado de responsabilidad de las partes (en este caso los países). La declaración, sin definir responsabilidades, asume que todos por igual debemos hacernos cargo, siendo que es un problema global. En muchas ocasiones, decir que todos son responsables termina siendo lo mismo que nadie sea responsable. Más adelante se volverá a este punto con mayor detalle.
Decíamos antes que actualmente el diseñador cuenta con cada vez más herramientas, tanto prácticas como metodológicas, para poner en práctica la sostenibilidad en su quehacer diario. Sin embargo, todas estas herramientas, las cuales se podrían agrupar como la técnica o el uso de la tecnología, ¿son suficientes para encarar el problema de la sostenibilidad? Y más allá del Diseño como disciplina, ¿se puede esperar que la mejora tecnológica, la cual cada vez se sucede a mayor velocidad, pueda convertirse en la solución?
Una perspectiva, aunque no la única, sería estudiar la historia en busca de casos similares y estudiarlos.
Un caso paradigmático es el de la civilización de los Rapa Nui. Dicha civilización creció en la actual Isla de Pascua entre los años 400DC y 1700DC. La gran distancia respecto de las islas más cercanas (1900km) y al continente más próximo (3700km.), le dio la particularidad de desarrollarse en un aislamiento total del resto del mundo. Obligó a los isleños a depender exclusivamente de los recursos que presentaba su ambiente fecundo. Los excelentes recursos iniciales que tuvieron a disposición permitieron un desarrollo muy importante de su civilización, tanto en tamaño como en complejidad. Cuando éstos empezaron a escasear, las luchas entre clanes aceleraron el proceso de agotamiento, hasta que finalmente colapsó toda la civilización. Baste decir que, cuando algunos años después llegan los europeos en 1722, encuentran una población disminuida a un décimo y viviendo en paupérrimas condiciones, en una tierra yerma y pelada.
El caso presenta obviamente similitudes muy grandes con la civilización actual occidental e industrializada. Y hoy, como en su momento pasó en la Isla la Pascua, tenemos una población creciente, con aumentos per cápita en los consumos de los recursos; que se choca de frente con recursos finitos y que en algunos casos parecen estar ya llegando a sus límites.
Ya en la década de los 70 se publica un estudio llamado Los Límites del Crecimiento, financiado por el Club de Roma, donde por primera vez se hace eco la problemática del crecimiento permanente, y de la imposibilidad de mantenerlo en un planeta finito.
Asimismo, si el profesional del diseño o el estudiante desean profundizar con dicha temática, podrán rápidamente encontrar libros, artículos y sitios web que promocionan hasta el infinito los beneficios de las respectivas metodologías, logrando así un producto respetuoso del medio ambiente y por si fuera poco, con mayor eficiencia que sus competidores.
Desde las técnicas más duras, como el Análisis de Ciclo de Vida del Producto o el Design for Enviroment (DFE), hasta los últimos libros de interés general como el muy mencionado De la Cuna a la Cuna, evidentemente hay mucha bibliografía al respecto.
También vemos profesionales independientes que diseñan los llamados productos eco-friendly, muchas veces invitados a exponer sus creaciones frente a un auditorio ávido de escuchar los supuestos beneficios de estos: reducción de consumo de tal material, o tal vez re-uso de algún elemento que caso contrario terminaría engrosando las bolsas de basura.
Con semejante caudal de información sería de esperar que la gran mayoría de la sociedad y de los profesionales que deben actuar sobre ella, estén muy bien informados del tema, y puedan a su vez tomar decisiones sobre sus actos de manera de crear un círculo virtuoso, donde el Hombre viva cada vez mejor a la vez que mejora su medio ambiente. Aunque pareciera ser así, veremos que no lo es.
Se tratará pues, en este artículo, no tanto de informar del elevado número de técnicas para incorporar la problemática ambiental en el diseño, sino más bien de mirar desde un lado macro y más crítico cómo funciona este sistema socio-económico y si la tan pretendida Sostenibilidad es posible o se trata de un oximorón.
Como primer paso, es importante remitirse a la definición del término Desarrollo Sostenible, puesto que desde un punto de vista semántico, el sistema socio económico se ha apropiado de conceptos tales como verde, sustentable, sostenible, etc., hasta vaciarlos de contenido. Todo ahora es verde o sustentable o ecológico, aunque la misma definición agrupe productos y servicios de lo más diversos en relación a su transformación del ambiente. Es que estos conceptos se han convertido en una mercadería más, y al igual que el resto, deben explotarse al máximo para aumentar el beneficio económico.
Por lo tanto, nos remitiremos al origen del término, que fue fruto de los trabajos de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas. Allí se puede leer la siguiente definición: “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”. (ONU, 1987)
Por supuesto que esta definición, que en una primera lectura parece sencilla de comprender, y en la cual seguramente todos estaremos de acuerdo. Si se analiza con un poco de profundidad se podrá ver que entraña varios aspectos de difícil resolución. O dicho de otra manera, en la generalización del concepto, se pierden los detalles del acto.
Aquí se hace necesario explicar dentro de esta definición la diferencia entre Desarrollo Sustentable y Desarrollo Sostenible. La primera es el proceso por el cual se preservan, conservan y protegen solo los Recursos Naturales para el beneficio de las generaciones presentes y futuras sin tomar en cuenta otras necesidades. El segundo, con una visión más abarcativa del desarrollo humano, comprende también necesidades sociales, políticas y culturales, sin poner en riesgo la satisfacción de las mismas a las generaciones futuras. Según esta definición, Sostenible significa un balance entre todas esas necesidades.
Lo primero que salta a la vista es que esta Declaración de Principios, que suena muy bonita, no explica muy bien qué priorizar ni cómo hacerlo. Es cierto que como declaración general sirve, pero también lo es que sin una hoja de ruta no es más que eso. Y de buenas declaraciones el mundo está repleto.
Por ejemplo, un país poco desarrollado con recursos energéticos fósiles estaría en la disyuntiva de extraerlos a una tasa alta para proveer bienestar a sus habitantes, pero a sabiendas que puede estar perjudicando a las futuras generaciones debido a la contaminación. A contramano, si opta por no desarrollarlos o desarrollarlos a una tasa baja, de manera de preservar una parte para las futuras generaciones, toma el riesgo de que en el futuro, debido a avances tecnológicos, ese recurso deje de ser útil, habiendo perdido una oportunidad histórica de desarrollar al país.
Otro punto crucial, que también se pasa por alto, es el grado de responsabilidad de las partes (en este caso los países). La declaración, sin definir responsabilidades, asume que todos por igual debemos hacernos cargo, siendo que es un problema global. En muchas ocasiones, decir que todos son responsables termina siendo lo mismo que nadie sea responsable. Más adelante se volverá a este punto con mayor detalle.
Decíamos antes que actualmente el diseñador cuenta con cada vez más herramientas, tanto prácticas como metodológicas, para poner en práctica la sostenibilidad en su quehacer diario. Sin embargo, todas estas herramientas, las cuales se podrían agrupar como la técnica o el uso de la tecnología, ¿son suficientes para encarar el problema de la sostenibilidad? Y más allá del Diseño como disciplina, ¿se puede esperar que la mejora tecnológica, la cual cada vez se sucede a mayor velocidad, pueda convertirse en la solución?
Una perspectiva, aunque no la única, sería estudiar la historia en busca de casos similares y estudiarlos.
Un caso paradigmático es el de la civilización de los Rapa Nui. Dicha civilización creció en la actual Isla de Pascua entre los años 400DC y 1700DC. La gran distancia respecto de las islas más cercanas (1900km) y al continente más próximo (3700km.), le dio la particularidad de desarrollarse en un aislamiento total del resto del mundo. Obligó a los isleños a depender exclusivamente de los recursos que presentaba su ambiente fecundo. Los excelentes recursos iniciales que tuvieron a disposición permitieron un desarrollo muy importante de su civilización, tanto en tamaño como en complejidad. Cuando éstos empezaron a escasear, las luchas entre clanes aceleraron el proceso de agotamiento, hasta que finalmente colapsó toda la civilización. Baste decir que, cuando algunos años después llegan los europeos en 1722, encuentran una población disminuida a un décimo y viviendo en paupérrimas condiciones, en una tierra yerma y pelada.
El caso presenta obviamente similitudes muy grandes con la civilización actual occidental e industrializada. Y hoy, como en su momento pasó en la Isla la Pascua, tenemos una población creciente, con aumentos per cápita en los consumos de los recursos; que se choca de frente con recursos finitos y que en algunos casos parecen estar ya llegando a sus límites.
Ya en la década de los 70 se publica un estudio llamado Los Límites del Crecimiento, financiado por el Club de Roma, donde por primera vez se hace eco la problemática del crecimiento permanente, y de la imposibilidad de mantenerlo en un planeta finito.
La tesis principal del estudio era que, “en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles”. Así, el planeta pone límites al crecimiento, como los recursos naturales no renovables, la tierra cultivable finita, y la capacidad del ecosistema para absorber la polución producto del quehacer humano, entre otros. (Schnepel, 2010)
Por otro lado, el Dr. en Física Al Bartlett en su Aritmética, Población y Energía describe muy sucintamente la problemática intrínseca que conlleva todo crecimiento permanente. En dicho trabajo decía que el “el mayor defecto de la especie humana era nuestra incapacidad de comprender la función exponencial”. (Bartlett, 1969). Baste pensar que una economía como la China, con una tasa media anual de aumento del PIB, en los últimos treinta años, de más del 10% implica que cada 7 años duplique el uso de recursos de todo tipo. Y si continuara con ese crecimiento durante otros 7 años, volvería a duplicarse. Tal es así, que al cabo de 10 duplicaciones, cualquier cantidad inicial se habría multiplicado x 1024 veces. Desde ya, no hay plantea que aguante este proceso. Más temprano o más tarde aparecerán los límites.
Observará el lector que probablemente nunca haya escuchado de esto. Tal es así, que en nuestra sociedad la palabra crecimiento como futuro promisorio está asociada a incremento. Las empresas deben vender más, las economías deben producir más. Caso contrario algo anda mal, hay algo que debe ser corregido: se cambia al gobierno, se cambia al gerente; pero siempre se debe crecer.
Dentro del contexto de este trabajo, se pretenderá entender si la enseñanza que tenemos hoy de los Rapa Nui, algo con lo que ellos mismos no contaron; es suficiente para modificar un destino en apariencia similar. En definitiva, se trata de entender si este conocimiento del pasado tiene el peso suficiente para modificar ciertas conductas que tenemos como sociedad en el presente.
Observará el lector que probablemente nunca haya escuchado de esto. Tal es así, que en nuestra sociedad la palabra crecimiento como futuro promisorio está asociada a incremento. Las empresas deben vender más, las economías deben producir más. Caso contrario algo anda mal, hay algo que debe ser corregido: se cambia al gobierno, se cambia al gerente; pero siempre se debe crecer.
Dentro del contexto de este trabajo, se pretenderá entender si la enseñanza que tenemos hoy de los Rapa Nui, algo con lo que ellos mismos no contaron; es suficiente para modificar un destino en apariencia similar. En definitiva, se trata de entender si este conocimiento del pasado tiene el peso suficiente para modificar ciertas conductas que tenemos como sociedad en el presente.
Las soluciones actuales
Un repaso por algunas de las soluciones que más se escuchan para enfrentar la problemática de hacer un mundo sostenible, permite rápidamente identificar las siguientes: el cambio tecnológico con su hermana la eficiencia, el consumo responsable y la Responsabilidad Social Empresaria.
La tecnología hoy se ha convertido en el bálsamo que todo lo soluciona. Se busca crear motores más eficientes, menos contaminantes que los anteriores, o baterías que tengan mayor duración. Muchos son los que sostienen que la tecnología es la solución, y que ésta a su debido tiempo encontrará algo que permita a la sociedad vivir mejor que antes, con mayor bienestar material a menos precio. También, y como para aseverar esta posición, se suelen presentar numerosos ejemplos de autos o empresas menos contaminantes.
El problema que se omite, es que muchas de estas soluciones funcionan a nivel individual o sectorial. Pero si se mira a escala global, estas mejoras casi siempre conllevan a un incremento, debido a un uso en aplicaciones antes no contempladas. Caso concreto son las PC,
donde varias mejoras en su diseño lograron mejorar sus rendimientos y bajar sus costos. Y efectivamente, si se toma una PC actual y se la compara con una de la década de los 90 se observa que consume menos, o que se pueden realizar más tareas con ella. Pero miradas globalmente, hoy es norma tener en una casa de clase media una PC, una notebook y una tablet; con lo que cualquier ahorro posible se diluye en la mayor cantidad de dispositivos que se venden. Este mismo comportamiento también ha sido verificado con muchos otros ejemplos, al punto que fue teorizado en la llamada Paradoja de Jevons, la cual afirma que a medida que el perfeccionamiento tecnológico aumenta la eficiencia con la que se usa un recurso individualmente, es más probable a nivel global un aumento del consumo de dicho recurso que una disminución. (Blake, 2005, pp. 9-21).
El consumo responsable es otra falacia muy bien vendida por el sistema socio económico. Se apela a la buena conciencia del ciudadano para convertirlo en un consumidor verde. Según esta mirada, el problema ambiental se solucionaría usando menos el auto (aunque nunca dejar de comprarlo), o bajando la temperatura del aire acondicionado un par de grados. Pero por supuesto, a no dejar de comprar el último modelo, y si es posible colocar un aparato en cada ambiente de la casa, tanto mejor.
Tampoco se escapan de esto los niños, los cuales son inducidos a consumir desde edades cada vez más tempranas. Sería bueno preguntarse qué opción les quedará cuando sean mayores, si el valor que se les inculca es el del consumo desaforado.
Por último, siempre atentas a acomodarse a los deseos y necesidades de los consumidores, aparecen las empresas. Organización cuya finalidad es incrementar la ganancia, en los últimos años han aparecido todo tipo de programas para reducir, reutilizar, y demás R. Aunque no hay manera de esconder la falacia que estos buenos deseos se chocan de frente con la finalidad para las cuales fueron creadas.
Dentro del abanico de soluciones que se proponen, se cree que hay una disciplina que se la tiene ausente dentro de la discusión: la Ética. Ya desde la Antigua Grecia se empezaron a tratar cuestiones acerca de qué es la Ética, y varios pensadores demostraron interés por ella.
Actualmente la Ética, como disciplina proveniente de la filosofía, busca entender qué es la moral, para qué sirve y como se justifica racionalmente. Dentro de ella, existe la corriente Deodontologista que sostiene que ciertas acciones deben ser realizadas y otras no, más allá de las consecuencias positivas o negativas que puedan traer. Asimismo, la Bioética sostiene que existen ciertas normas universales de moralidad en el Hombre, una especie de “mecanismo compensador”, el cual aseguraría que nuestra especie, al margen de su vocación destructora, termine privilegiando en última instancia su conservación. Entonces, la Ética como disciplina jugaría un rol importante en el proceso de transformar ciertas acciones del individuo y la sociedad para lograr ese cambio tan necesario.
En este punto es donde se hace necesario volver a los Rapa Nui, y situarnos de forma imaginaria en el momento anterior a su colapso, en aquel momento de su historia donde se encontraban en la cúspide de su civilización. ¿Qué tan conscientes eran de su destino? ¿Entendían que estaban sobrecargando su sistema ambiental? Si es así, ¿Qué tan dispuestos habrán estado a resignar beneficios presentes en función de una sostenibilidad futura? La respuesta no es clara.
De cualquier manera, se trata de entender (o suponer) dos puntos centrales. En primer lugar, si las señales que les daba su ambiente en ese momento fueron percibidas por su sociedad. Si los primeros signos de agotamiento habrán disparado una alarma en parte de su población, y especialmente en su clase dirigente.
En segundo lugar, suponiendo que el punto anterior se haya dado, entender cuáles mecanismos faltaron, o fallaron, para impedir que su sociedad pase a la acción. Se trata de entender por qué esa percepción de peligro futuro no fue suficiente para torcer el destino que aguardaba a los Rapa Nui. Por qué esa percepción de peligro no tuvo la fuerza necesaria para que los isleños reaccionaran de manera más decidida. Es posible que al carecer de un equivalente de la ética esta civilización no haya tenido ese “mecanismo compensatorio” explicado en Ética Profesional. (Ambrosini, 2011, pp. 23-38) Y nos obliga a plantearnos hasta donde la ética es capaz de compensar realmente los desequilibrios de la técnica, o tendríamos ahora que decir del mercado. Con ello no se descarta que la ética sea parte, y no la única, disciplina que apalanque el cambio necesario. Sin embargo, y en el contexto que se realiza este trabajo, se centrará de forma excluyente en esta disciplina. Para ello se analizará la ética en dos niveles: el sistema y la profesión. Siendo que estos interactúan entre sí, influyendo y siendo influidos por los otros.
Es evidente que si uno analiza las acciones de nuestra sociedad, el conocimiento del pasado por sí mismo no alcanza como mecanismo para regular nuestras acciones presentes.
A nivel individual, es indudable que muchos de nosotros, aún los entendidos en estos temas, seguimos actuando de manera muy poco sustentable en cuanto al cuidado ambiental. Seguimos teniendo una conducta claramente consumista, donde la mayor parte del tiempo estamos preocupados por obtener un mejor estándar de vida, lo cual obviamente implica un mayor uso de recursos naturales de todo tipo, afectando nuestro futuro.
La tecnología hoy se ha convertido en el bálsamo que todo lo soluciona. Se busca crear motores más eficientes, menos contaminantes que los anteriores, o baterías que tengan mayor duración. Muchos son los que sostienen que la tecnología es la solución, y que ésta a su debido tiempo encontrará algo que permita a la sociedad vivir mejor que antes, con mayor bienestar material a menos precio. También, y como para aseverar esta posición, se suelen presentar numerosos ejemplos de autos o empresas menos contaminantes.
El problema que se omite, es que muchas de estas soluciones funcionan a nivel individual o sectorial. Pero si se mira a escala global, estas mejoras casi siempre conllevan a un incremento, debido a un uso en aplicaciones antes no contempladas. Caso concreto son las PC,
donde varias mejoras en su diseño lograron mejorar sus rendimientos y bajar sus costos. Y efectivamente, si se toma una PC actual y se la compara con una de la década de los 90 se observa que consume menos, o que se pueden realizar más tareas con ella. Pero miradas globalmente, hoy es norma tener en una casa de clase media una PC, una notebook y una tablet; con lo que cualquier ahorro posible se diluye en la mayor cantidad de dispositivos que se venden. Este mismo comportamiento también ha sido verificado con muchos otros ejemplos, al punto que fue teorizado en la llamada Paradoja de Jevons, la cual afirma que a medida que el perfeccionamiento tecnológico aumenta la eficiencia con la que se usa un recurso individualmente, es más probable a nivel global un aumento del consumo de dicho recurso que una disminución. (Blake, 2005, pp. 9-21).
El consumo responsable es otra falacia muy bien vendida por el sistema socio económico. Se apela a la buena conciencia del ciudadano para convertirlo en un consumidor verde. Según esta mirada, el problema ambiental se solucionaría usando menos el auto (aunque nunca dejar de comprarlo), o bajando la temperatura del aire acondicionado un par de grados. Pero por supuesto, a no dejar de comprar el último modelo, y si es posible colocar un aparato en cada ambiente de la casa, tanto mejor.
Tampoco se escapan de esto los niños, los cuales son inducidos a consumir desde edades cada vez más tempranas. Sería bueno preguntarse qué opción les quedará cuando sean mayores, si el valor que se les inculca es el del consumo desaforado.
Por último, siempre atentas a acomodarse a los deseos y necesidades de los consumidores, aparecen las empresas. Organización cuya finalidad es incrementar la ganancia, en los últimos años han aparecido todo tipo de programas para reducir, reutilizar, y demás R. Aunque no hay manera de esconder la falacia que estos buenos deseos se chocan de frente con la finalidad para las cuales fueron creadas.
Dentro del abanico de soluciones que se proponen, se cree que hay una disciplina que se la tiene ausente dentro de la discusión: la Ética. Ya desde la Antigua Grecia se empezaron a tratar cuestiones acerca de qué es la Ética, y varios pensadores demostraron interés por ella.
Actualmente la Ética, como disciplina proveniente de la filosofía, busca entender qué es la moral, para qué sirve y como se justifica racionalmente. Dentro de ella, existe la corriente Deodontologista que sostiene que ciertas acciones deben ser realizadas y otras no, más allá de las consecuencias positivas o negativas que puedan traer. Asimismo, la Bioética sostiene que existen ciertas normas universales de moralidad en el Hombre, una especie de “mecanismo compensador”, el cual aseguraría que nuestra especie, al margen de su vocación destructora, termine privilegiando en última instancia su conservación. Entonces, la Ética como disciplina jugaría un rol importante en el proceso de transformar ciertas acciones del individuo y la sociedad para lograr ese cambio tan necesario.
En este punto es donde se hace necesario volver a los Rapa Nui, y situarnos de forma imaginaria en el momento anterior a su colapso, en aquel momento de su historia donde se encontraban en la cúspide de su civilización. ¿Qué tan conscientes eran de su destino? ¿Entendían que estaban sobrecargando su sistema ambiental? Si es así, ¿Qué tan dispuestos habrán estado a resignar beneficios presentes en función de una sostenibilidad futura? La respuesta no es clara.
De cualquier manera, se trata de entender (o suponer) dos puntos centrales. En primer lugar, si las señales que les daba su ambiente en ese momento fueron percibidas por su sociedad. Si los primeros signos de agotamiento habrán disparado una alarma en parte de su población, y especialmente en su clase dirigente.
En segundo lugar, suponiendo que el punto anterior se haya dado, entender cuáles mecanismos faltaron, o fallaron, para impedir que su sociedad pase a la acción. Se trata de entender por qué esa percepción de peligro futuro no fue suficiente para torcer el destino que aguardaba a los Rapa Nui. Por qué esa percepción de peligro no tuvo la fuerza necesaria para que los isleños reaccionaran de manera más decidida. Es posible que al carecer de un equivalente de la ética esta civilización no haya tenido ese “mecanismo compensatorio” explicado en Ética Profesional. (Ambrosini, 2011, pp. 23-38) Y nos obliga a plantearnos hasta donde la ética es capaz de compensar realmente los desequilibrios de la técnica, o tendríamos ahora que decir del mercado. Con ello no se descarta que la ética sea parte, y no la única, disciplina que apalanque el cambio necesario. Sin embargo, y en el contexto que se realiza este trabajo, se centrará de forma excluyente en esta disciplina. Para ello se analizará la ética en dos niveles: el sistema y la profesión. Siendo que estos interactúan entre sí, influyendo y siendo influidos por los otros.
Es evidente que si uno analiza las acciones de nuestra sociedad, el conocimiento del pasado por sí mismo no alcanza como mecanismo para regular nuestras acciones presentes.
A nivel individual, es indudable que muchos de nosotros, aún los entendidos en estos temas, seguimos actuando de manera muy poco sustentable en cuanto al cuidado ambiental. Seguimos teniendo una conducta claramente consumista, donde la mayor parte del tiempo estamos preocupados por obtener un mejor estándar de vida, lo cual obviamente implica un mayor uso de recursos naturales de todo tipo, afectando nuestro futuro.
La ética del sistema
Un punto central a la hora de dictaminar responsabilidades éticas, es analizar si el sistema socio económico actual propicia un uso racional de recursos o no. Actualmente el sistema denominado Globalización se ha impuesto a nivel mundial, aunque llegando a diferentes niveles de penetración en los países.
Si bien sería injusto atribuirle sólo a la Globalización la responsabilidad de un uso irracional en los recursos del planeta, puesto que hay numerosos casos en el pasado que atestiguan la misma conducta, es indudable que sí ha propiciado un aumento en el consumo de los mismos.
La globalización ha debilitado a los Estados-Nación en cuanto a toma de decisiones y libertad de acción se refiere. Ahora es la mano del libre-mercado el juez y parte, el dios al cual no se le puede cuestionar, el que trae el bienestar adonde llega.
Ahora bien, el libre mercado solo sabe una cosa: maximizar la ganancia, y para ello es condición que se siga creciendo, y cuánto más rápido mejor. No es necesario ser un especialista para entender que en un mundo finito, en una esfera como nuestro planeta, tarde o temprano nos encontraremos con sus límites. Límites por otro lado, que ya son evidentes. Sin embargo, nos empeñamos en no verlos, en esconderlos.
Todos nos horrorizamos del cambio climático cuando vemos las noticias, pero no observamos que lo estamos haciendo en el último televisor de pantalla plana, comprado para desechar un televisor de sólo algunos años. Todos enseñamos a nuestros hijos a tirar el papel en el cesto público, pero seguimos incrementando los residuos que tiramos todas las noches. Todos exigimos a los políticos medidas para cuidar el ambiente, pero los castigamos en las urnas si baja el nivel de actividad de nuestra economía.
Estos ejemplos sirven para ilustrar hasta qué punto el sistema ha disociado consumo (y bienestar material) con el peligro de colapso ambiental.
Para la mayoría de los ciudadanos de los países occidentales, el cuidado del ambiente pasa por desconectar el cargador del celular por la noche, comprar bombitas de luz halógenas o usar menos el freno y el acelerador en el auto para lograr una “conducción verde”.
Las emisiones de gases efecto invernadero, responsables del cambio climático de origen antropogénico, son un claro ejemplo de hasta dónde un problema se trata de resolver dejando de lado sus reales causas. Hasta el momento ha pesado más una mirada de mercado, que una mirada ética del problema.
A pesar de que el cambio climático es un problema global, ningún país ha podido despegarse de las prioridades dictadas por sus economías, que siempre exigen crecer en actividad, ergo en emisiones y en uso de recursos. Apenas a nivel mundial ha habido algún acuerdo como el Protocolo de Kyoto vigente desde 2005, que busca reducir las emisiones a nivel global. El protocolo de Kyoto es un acuerdo firmado en el marco de la Naciones Unidas en el cual se propuso reducir las emisiones de gases de efecto Invernadero (o GEIs) a un 95% tomando como base las emisiones del año 1990. Para ello el acuerdo estipula ciertos mecanismos que los países firmantes deben usar para cumplir sus objetivos locales. Por supuesto, dentro de los puntos discutidos, nunca entra en cuestionamiento el bajar o seguir aumentando la actividad económica, como si ello estuviera totalmente disociado de las reducciones que se pretenden. Los resultados están a la vista, siendo el año pasado el de finalización de dicho acuerdo, las emisiones por supuesto no sólo no se han reducido, sino que han aumentado.
Mientras tanto, los países industrializados siguen insistiendo en la amenaza del crecimiento de los países en vías de desarrollo. A pesar de que no hay manera de esconder que las emisiones per cápita de los primeros siguen siendo entre un 5 y 20 veces más que los segundos. (Prieto, 2007)
Más aún, la globalización ha facilitado el traslado de las industrias más contaminantes a países pobres. Esto ha permitido falsear las estadísticas de los países ricos, jactándose de reducciones en ciertas áreas. Aunque continúan por el mismo camino de consumo desaforado y disfrute de los mismos estándares de vida, consiguen que las cuentas de emisiones y contaminación de sus estándares de vida se carguen a países en vías de desarrollo, y encima después criticarlos por ser las amenazas ambientales del mundo.
Lo expuesto arriba es un fiel reflejo de la pérdida de “distinción entre lo local y lo global”, (Ambrosini, manuscrito no publicado) tan propia de la modernidad. Por un lado, se cree que el problema se resuelve “llevándolo lejos”, a la vez que se tiene plena conciencia que afectará igualmente a lo global.
Si bien sería injusto atribuirle sólo a la Globalización la responsabilidad de un uso irracional en los recursos del planeta, puesto que hay numerosos casos en el pasado que atestiguan la misma conducta, es indudable que sí ha propiciado un aumento en el consumo de los mismos.
La globalización ha debilitado a los Estados-Nación en cuanto a toma de decisiones y libertad de acción se refiere. Ahora es la mano del libre-mercado el juez y parte, el dios al cual no se le puede cuestionar, el que trae el bienestar adonde llega.
Ahora bien, el libre mercado solo sabe una cosa: maximizar la ganancia, y para ello es condición que se siga creciendo, y cuánto más rápido mejor. No es necesario ser un especialista para entender que en un mundo finito, en una esfera como nuestro planeta, tarde o temprano nos encontraremos con sus límites. Límites por otro lado, que ya son evidentes. Sin embargo, nos empeñamos en no verlos, en esconderlos.
Todos nos horrorizamos del cambio climático cuando vemos las noticias, pero no observamos que lo estamos haciendo en el último televisor de pantalla plana, comprado para desechar un televisor de sólo algunos años. Todos enseñamos a nuestros hijos a tirar el papel en el cesto público, pero seguimos incrementando los residuos que tiramos todas las noches. Todos exigimos a los políticos medidas para cuidar el ambiente, pero los castigamos en las urnas si baja el nivel de actividad de nuestra economía.
Estos ejemplos sirven para ilustrar hasta qué punto el sistema ha disociado consumo (y bienestar material) con el peligro de colapso ambiental.
Para la mayoría de los ciudadanos de los países occidentales, el cuidado del ambiente pasa por desconectar el cargador del celular por la noche, comprar bombitas de luz halógenas o usar menos el freno y el acelerador en el auto para lograr una “conducción verde”.
Las emisiones de gases efecto invernadero, responsables del cambio climático de origen antropogénico, son un claro ejemplo de hasta dónde un problema se trata de resolver dejando de lado sus reales causas. Hasta el momento ha pesado más una mirada de mercado, que una mirada ética del problema.
A pesar de que el cambio climático es un problema global, ningún país ha podido despegarse de las prioridades dictadas por sus economías, que siempre exigen crecer en actividad, ergo en emisiones y en uso de recursos. Apenas a nivel mundial ha habido algún acuerdo como el Protocolo de Kyoto vigente desde 2005, que busca reducir las emisiones a nivel global. El protocolo de Kyoto es un acuerdo firmado en el marco de la Naciones Unidas en el cual se propuso reducir las emisiones de gases de efecto Invernadero (o GEIs) a un 95% tomando como base las emisiones del año 1990. Para ello el acuerdo estipula ciertos mecanismos que los países firmantes deben usar para cumplir sus objetivos locales. Por supuesto, dentro de los puntos discutidos, nunca entra en cuestionamiento el bajar o seguir aumentando la actividad económica, como si ello estuviera totalmente disociado de las reducciones que se pretenden. Los resultados están a la vista, siendo el año pasado el de finalización de dicho acuerdo, las emisiones por supuesto no sólo no se han reducido, sino que han aumentado.
Mientras tanto, los países industrializados siguen insistiendo en la amenaza del crecimiento de los países en vías de desarrollo. A pesar de que no hay manera de esconder que las emisiones per cápita de los primeros siguen siendo entre un 5 y 20 veces más que los segundos. (Prieto, 2007)
Más aún, la globalización ha facilitado el traslado de las industrias más contaminantes a países pobres. Esto ha permitido falsear las estadísticas de los países ricos, jactándose de reducciones en ciertas áreas. Aunque continúan por el mismo camino de consumo desaforado y disfrute de los mismos estándares de vida, consiguen que las cuentas de emisiones y contaminación de sus estándares de vida se carguen a países en vías de desarrollo, y encima después criticarlos por ser las amenazas ambientales del mundo.
Lo expuesto arriba es un fiel reflejo de la pérdida de “distinción entre lo local y lo global”, (Ambrosini, manuscrito no publicado) tan propia de la modernidad. Por un lado, se cree que el problema se resuelve “llevándolo lejos”, a la vez que se tiene plena conciencia que afectará igualmente a lo global.
La Ética del profesional
Hasta el momento se analizó la ética dentro del contexto del sistema. Pero, ¿qué sucede con las profesiones? ¿Qué motiva a un profesional en su hacer cotidiano, en el ejercicio de su profesión? ¿Hasta dónde existe en la actividad profesional ese mecanismo compensador, que según el Deodontologismo, hay de forma naturalmente buena en los seres humanos?
Es indudable que el sistema influye de manera importante a la hora de determinar el concepto de exitoso. Sería injusto y hasta peligroso hacer una generalización al respecto, sin embargo se torna imperioso debido a la extensión que plantea el presente trabajo.
Es indudable que más allá de la ética personal que tenga una persona, a nivel profesional muchas veces entra en conflicto de intereses, pero en definitiva es importante señalar que en la mayoría de los casos el profesional opta por mantener una postura ética que no afecte sus intereses particulares.
Por supuesto que hay actividades que socialmente es más sencillo condenar. El científico que desarrolla armas nucleares o bacteriológicas es fácilmente condenable. Sin embargo, resulta interesante analizar qué sucede con otras profesiones o actividades que socialmente están aceptadas, y que aún pueden conllevar un peligro para la sociedad.
La industria del automóvil es un buen ejemplo de ello. Actualmente es el paradigma de esta sociedad. Desarrollado, mejorado y con cientos de modelos y diseños en el mercado; no hay persona prácticamente que no tenga uno o al menos que desee tenerlo. Las publicidades los muestran, hacen que los deseemos, e inclusive que nos parezcan viejos cuando pasan algunos años.
Ahora si analizamos el automóvil desde un punto de vista ecológico, descubrimos que según el Informe WARD World Vehicles in Operation (2010) –en el cual se toman en cuenta los coches, camiones ligeros, medianos y pesados, y autobuses– se estima que en el mundo hay 1000 millones de vehículos, que su consumo de combustibles fósiles es descomunal, no sólo en naftas, sino también en su producción, en el entramado de autopistas, etc.
El diseñador industrial debería cuestionarse el participar en dicha industria, sabiendo que con su trabajo mantiene una dirección claramente no sustentable del mundo. Pero ese cuestionamiento ético, ¿alcanza para evitar que siga con su trabajo? Es más, ¿quién desde afuera se atrevería a cuestionarle su participación en dicha industria?
Más aún, al profesional exitoso según los parámetros occidentales (y por ende culpable de aumentar la contaminación y no sustentabilidad de planeta) el sistema lo exhibe, lo coloca como referente a imitar por los otros profesionales. Es el que da charlas en prestigiosas universidades, en convenciones, es el que escribe libros. En definitiva, es el que señala el camino de lo que se debe hacer.
Según los principios de la bioética existen ciertos postulados que toda persona cumple por el sólo hecho de mantener la especie. Vendría a formar parte también de esa especie de mecanismo compensador que toda especie tiene para asegurar su supervivencia. Entonces descubrimos que este profesional no puede decir que está cumpliendo con el principio de Precaución, puesto que su actividad está a contramano de reducir los riesgos del ambiente en el mediano y largo plazo.
Tampoco podría decir que está cumpliendo el Principio de Justicia, puesto que dicha industria terceriza en países poco desarrollados y generalmente con legislaciones ambientales más laxas, la producción de sus componentes más contaminantes.
Por otra parte, la ética del martillo alude a aquella ciencia o disciplina que pretende ubicarse en un lugar neutral. El martillo puede utilizarse como arma pero también para construir una casa. Su uso no lo define quién lo hace, si no quién lo utiliza. Es un argumento muy utilizado por muchos profesionales, los cuales sostienen que el resultado de su labor no es buena o mala, si no que depende luego para que será utilizada por quién lo contrata (empresa, gobierno, etc.).
Por el contrario, los detractores sostienen que un profesional siempre conoce dónde y para quién trabaja, con lo cual esa es razón suficiente para anticipar el uso final de su trabajo.
El caso del diseño sustentable cuadra perfectamente dentro de esta discusión ética. Los diseñadores conciben productos, la mayoría de las veces innecesarios visto la superpoblación de ellos que hay en el mundo. Y ninguno podría decir que no conoce esta realidad.
En contraposición, también podría argumentar que no depende de su disciplina un cambio tan radical, y que entretanto él sólo tratará de concebir productos con el menor impacto ambiental posible, aún conociendo que el mejor camino sería no fabricarlos. Esta situación se acrecentaría más en la medida que el diseñador pretenda trabajar en empresas importantes, las cuáles fabrican más productos y sacan al mercado más modelos que las Pymes.
Es indudable que el sistema influye de manera importante a la hora de determinar el concepto de exitoso. Sería injusto y hasta peligroso hacer una generalización al respecto, sin embargo se torna imperioso debido a la extensión que plantea el presente trabajo.
Es indudable que más allá de la ética personal que tenga una persona, a nivel profesional muchas veces entra en conflicto de intereses, pero en definitiva es importante señalar que en la mayoría de los casos el profesional opta por mantener una postura ética que no afecte sus intereses particulares.
Por supuesto que hay actividades que socialmente es más sencillo condenar. El científico que desarrolla armas nucleares o bacteriológicas es fácilmente condenable. Sin embargo, resulta interesante analizar qué sucede con otras profesiones o actividades que socialmente están aceptadas, y que aún pueden conllevar un peligro para la sociedad.
La industria del automóvil es un buen ejemplo de ello. Actualmente es el paradigma de esta sociedad. Desarrollado, mejorado y con cientos de modelos y diseños en el mercado; no hay persona prácticamente que no tenga uno o al menos que desee tenerlo. Las publicidades los muestran, hacen que los deseemos, e inclusive que nos parezcan viejos cuando pasan algunos años.
Ahora si analizamos el automóvil desde un punto de vista ecológico, descubrimos que según el Informe WARD World Vehicles in Operation (2010) –en el cual se toman en cuenta los coches, camiones ligeros, medianos y pesados, y autobuses– se estima que en el mundo hay 1000 millones de vehículos, que su consumo de combustibles fósiles es descomunal, no sólo en naftas, sino también en su producción, en el entramado de autopistas, etc.
El diseñador industrial debería cuestionarse el participar en dicha industria, sabiendo que con su trabajo mantiene una dirección claramente no sustentable del mundo. Pero ese cuestionamiento ético, ¿alcanza para evitar que siga con su trabajo? Es más, ¿quién desde afuera se atrevería a cuestionarle su participación en dicha industria?
Más aún, al profesional exitoso según los parámetros occidentales (y por ende culpable de aumentar la contaminación y no sustentabilidad de planeta) el sistema lo exhibe, lo coloca como referente a imitar por los otros profesionales. Es el que da charlas en prestigiosas universidades, en convenciones, es el que escribe libros. En definitiva, es el que señala el camino de lo que se debe hacer.
Según los principios de la bioética existen ciertos postulados que toda persona cumple por el sólo hecho de mantener la especie. Vendría a formar parte también de esa especie de mecanismo compensador que toda especie tiene para asegurar su supervivencia. Entonces descubrimos que este profesional no puede decir que está cumpliendo con el principio de Precaución, puesto que su actividad está a contramano de reducir los riesgos del ambiente en el mediano y largo plazo.
Tampoco podría decir que está cumpliendo el Principio de Justicia, puesto que dicha industria terceriza en países poco desarrollados y generalmente con legislaciones ambientales más laxas, la producción de sus componentes más contaminantes.
Por otra parte, la ética del martillo alude a aquella ciencia o disciplina que pretende ubicarse en un lugar neutral. El martillo puede utilizarse como arma pero también para construir una casa. Su uso no lo define quién lo hace, si no quién lo utiliza. Es un argumento muy utilizado por muchos profesionales, los cuales sostienen que el resultado de su labor no es buena o mala, si no que depende luego para que será utilizada por quién lo contrata (empresa, gobierno, etc.).
Por el contrario, los detractores sostienen que un profesional siempre conoce dónde y para quién trabaja, con lo cual esa es razón suficiente para anticipar el uso final de su trabajo.
El caso del diseño sustentable cuadra perfectamente dentro de esta discusión ética. Los diseñadores conciben productos, la mayoría de las veces innecesarios visto la superpoblación de ellos que hay en el mundo. Y ninguno podría decir que no conoce esta realidad.
En contraposición, también podría argumentar que no depende de su disciplina un cambio tan radical, y que entretanto él sólo tratará de concebir productos con el menor impacto ambiental posible, aún conociendo que el mejor camino sería no fabricarlos. Esta situación se acrecentaría más en la medida que el diseñador pretenda trabajar en empresas importantes, las cuáles fabrican más productos y sacan al mercado más modelos que las Pymes.
Conclusión
Hemos visto como los Rapa Nui no fueron capaces de torcer su destino. Sea porque no lo vieron hasta que fue demasiado tarde, sea porque no supieron cómo hacerlo. En todo caso, según se desprende de su historia, cuando comenzaron a escasear los recursos de la isla, se intensificó la lucha entre clanes.
En la actualidad la actitud belicosa de los países más poderosos para asegurarse los recursos estratégicos en terceros países invitan al peor pesimismo. También ha quedado demostrada la multitud de justificativos morales que utilizan para apañar estas acciones. Este discurso ambivalente y acomodaticio, donde 2+2 ya no siempre dan 4. A veces son 3, y otras 5. Más aún, en ocasiones llega a ser 3, 4 y 5 al mismo tiempo, invitan a reflexionar acerca de la verdadera naturaleza de la moral.
Desde un punto de vista ético y moral, estamos obligados a reconocer que el crecimiento en el uso de recursos de cada persona de una población también en crecimiento es la causa principal de todas las crisis ambientales y de recursos de existen hoy día. Por ello, es ineludible comprender este origen del problema para poder plantear soluciones realistas y que puedan ser perdurables en el tiempo.
Asimismo, entender el problema implica preguntarnos como especie de manera sincera si estamos dispuestos a asumir el sacrificio que implica volver a ritmos de explotación del planeta acorde a la tasa de regeneración que tengan sus recursos. En esto se llega a la cuestión central, porque ya no se trata de hacer un pequeño sacrificio del tipo de apagar las luces que no usamos, o no utilizar bolsas plásticas para las compras. No, eso sería continuar con el falsoverdismo. Ya pasamos ese punto, ahora se trata de ajustarse en cinturón realmente.
Ricardo Guillermo Maliandi (2006) escritor y filósofo argentino, especialista en ética nacido en la ciudad de La Plata, en 1930,. profesor en varias universidades argentinas e investigador de CONICET. Doctorado en Filosofía por la Universidad de Maguncia, Alemania y ganador del Premio Konex en 1986 por su labor en la especialidad "ética", sostiene que debería existir una ética compensatoria para frenar nuestras capacidades destructivas. Ética que parecería funcionar en algunos casos y en otros no. Podemos decir que sí funcionó en la guerra fría, disuadiendo a ambas super potencias de la aniquilación total, pero no podemos decir otro tanto, al menos hasta ahora, de que funcione para disuadir el agotamiento de nuestro planeta para sostenernos como especie. Es más, siendo que este mecanismo es algo natural, ¿por qué no afloró en la civilización Rapa Nui?
En el lado opuesto, si la ética es una disciplina que se aprehende, sería posible creer que esta civilización esté llegando a internalizar esos principios universales, de ciudadanos universales. En este caso, la situación invitaría a un tibio optimismo acerca de nuestro futuro.
Algunas voces claman como salvación a la tecnología, que será capaz de forma automática a un estado de bienestar donde los problemas actuales se vean resueltos. No puedo estar más en desacuerdo con esta postura. Considero que la tecnología actualmente toma el lugar de la religión de los Rapa Nui. Se ha convertido en el sostén de toda esperanza de salvación.
Evidentemente, tampoco se trata de denostarla per se, pero creo que la solución a nuestros problemas pasará más por una cuestión ética. Será la ética, cuál limitador y guía de la tecnología, quién habrá de poner las cosas en su lugar. La tecnología como herramienta, deberá estar guiada con la ética del martillo, no por la del mercado.
Con esta idea, es que se puede afirmar que el diseño sustentable es principalmente un problema ético más que técnico. Es la base del desarrollo de una sociedad y particularmente de su sustentabilidad, y por ello debe ser abordado desde esos principios..
En la actualidad la actitud belicosa de los países más poderosos para asegurarse los recursos estratégicos en terceros países invitan al peor pesimismo. También ha quedado demostrada la multitud de justificativos morales que utilizan para apañar estas acciones. Este discurso ambivalente y acomodaticio, donde 2+2 ya no siempre dan 4. A veces son 3, y otras 5. Más aún, en ocasiones llega a ser 3, 4 y 5 al mismo tiempo, invitan a reflexionar acerca de la verdadera naturaleza de la moral.
Desde un punto de vista ético y moral, estamos obligados a reconocer que el crecimiento en el uso de recursos de cada persona de una población también en crecimiento es la causa principal de todas las crisis ambientales y de recursos de existen hoy día. Por ello, es ineludible comprender este origen del problema para poder plantear soluciones realistas y que puedan ser perdurables en el tiempo.
Asimismo, entender el problema implica preguntarnos como especie de manera sincera si estamos dispuestos a asumir el sacrificio que implica volver a ritmos de explotación del planeta acorde a la tasa de regeneración que tengan sus recursos. En esto se llega a la cuestión central, porque ya no se trata de hacer un pequeño sacrificio del tipo de apagar las luces que no usamos, o no utilizar bolsas plásticas para las compras. No, eso sería continuar con el falsoverdismo. Ya pasamos ese punto, ahora se trata de ajustarse en cinturón realmente.
Ricardo Guillermo Maliandi (2006) escritor y filósofo argentino, especialista en ética nacido en la ciudad de La Plata, en 1930,. profesor en varias universidades argentinas e investigador de CONICET. Doctorado en Filosofía por la Universidad de Maguncia, Alemania y ganador del Premio Konex en 1986 por su labor en la especialidad "ética", sostiene que debería existir una ética compensatoria para frenar nuestras capacidades destructivas. Ética que parecería funcionar en algunos casos y en otros no. Podemos decir que sí funcionó en la guerra fría, disuadiendo a ambas super potencias de la aniquilación total, pero no podemos decir otro tanto, al menos hasta ahora, de que funcione para disuadir el agotamiento de nuestro planeta para sostenernos como especie. Es más, siendo que este mecanismo es algo natural, ¿por qué no afloró en la civilización Rapa Nui?
En el lado opuesto, si la ética es una disciplina que se aprehende, sería posible creer que esta civilización esté llegando a internalizar esos principios universales, de ciudadanos universales. En este caso, la situación invitaría a un tibio optimismo acerca de nuestro futuro.
Algunas voces claman como salvación a la tecnología, que será capaz de forma automática a un estado de bienestar donde los problemas actuales se vean resueltos. No puedo estar más en desacuerdo con esta postura. Considero que la tecnología actualmente toma el lugar de la religión de los Rapa Nui. Se ha convertido en el sostén de toda esperanza de salvación.
Evidentemente, tampoco se trata de denostarla per se, pero creo que la solución a nuestros problemas pasará más por una cuestión ética. Será la ética, cuál limitador y guía de la tecnología, quién habrá de poner las cosas en su lugar. La tecnología como herramienta, deberá estar guiada con la ética del martillo, no por la del mercado.
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